Por: Víctor Betancourt, Gerente General de SONDA Panamá-Guatemala

La Inteligencia Artificial (IA) ha dejado de ser un recurso limitado a la automatización de tareas simples para convertirse en un motor capaz de analizar, decidir y ejecutar acciones autónomas en sectores críticos como las finanzas, la salud, la justicia, el transporte y la seguridad. Lo que hace apenas una década parecía ciencia ficción hoy se implementa en gobiernos y empresas con una velocidad sin precedentes.

Como advierte Yuval Noah Harari en Nexus, esta evolución encierra un riesgo profundo: estamos frente a una inteligencia no orgánica, autónoma y más rápida que nuestra capacidad de supervisión y regulación. El problema no es solo lo que la IA puede hacer, sino lo que podría decidir hacer sin nuestro control. Con un cambio tan acelerado, los mecanismos tradicionales de corrección y control democrático podrían quedarse atrás.

El núcleo del riesgo

Tres factores hacen que el avance de la IA sea un desafío sin precedentes. El primero es la opacidad en sus decisiones: muchos modelos actuales funcionan como ‘cajas negras’, lo que significa que, aunque conocemos sus entradas y salidas, no siempre entendemos cómo se tomaron las decisiones intermedias. El segundo es la velocidad: la IA actúa en microsegundos, sin pausas ni procesos deliberativos humanos, y sin los límites adecuados podría generar daños irreversibles antes de que podamos reaccionar. El tercero es su potencial de desviación: la IA puede moldear percepciones, alterar debates públicos, amplificar desinformación o incluso ser utilizada con fines fraudulentos.

Frente a estos desafíos, han surgido propuestas sólidas que, en gran parte, han sido adoptadas por regulaciones como la Ley de Inteligencia Artificial de la Unión Europea. Entre ellas se encuentran la explicabilidad, que garantiza que cualquier persona afectada por una decisión de IA pueda comprender los criterios y el razonamiento detrás de ella; la auditoría constante, que exige revisiones periódicas internas y externas con trazabilidad completa de datos, modelos y resultados; y la asignación clara de responsabilidades, de forma que el diseño, la implementación, la supervisión y la regulación estén bajo control humano.

Lo que empresas y gobiernos deben hacer desde hoy

Cumplir con estos preceptos no se limita a acatar la ley, sino que implica un cambio cultural y operativo profundo. Se debe diseñar con ética desde el inicio, incorporando evaluaciones de impacto ético y social en las primeras fases del desarrollo. La explicabilidad debe ser un estándar, con modelos capaces de rastrear y explicar sus decisiones en un lenguaje comprensible. Es necesario establecer un monitoreo continuo que detecte desviaciones, sesgos o fallos en tiempo real, además de mantener una documentación rigurosa que permita auditorías periódicas. En el sector público y en empresas que afectan a grandes poblaciones, la transparencia debe ser un principio rector, publicando reportes claros sobre el uso y el desempeño de la IA.

Los nuevos guardianes de la IA

Para que todo esto sea posible, surgirán o evolucionarán roles clave tanto en organizaciones privadas como en entidades gubernamentales. Como el Chief AI Ethics Officer, que define la estrategia ética; el AI Governance Officer, que establece políticas internas de control; o el AI Auditor, que verifica modelos y procesos frente a estándares legales y éticos. Además, figuras como el Explainability Engineer, especialista en hacer comprensibles los modelos para humanos; o el AI Ombudsperson, que atiende reclamaciones de ciudadanos afectados por decisiones automatizadas. Todos estos perfiles se integran en el ciclo de vida de la IA: desde el diseño, mantenimiento, auditoría y supervisión.

La historia demuestra que cada revolución tecnológica viene acompañada de un periodo de adaptación, regulación y nuevos equilibrios de poder. La IA no será la excepción, pero sí representará la prueba más exigente: nunca antes una tecnología tuvo la capacidad de tomar decisiones autónomas con tanto impacto global y tan poca supervisión inmediata.

En esta nueva era, no se trata solo de crear inteligencia artificial, sino de construir una IA confiable. Para lograrlo necesitaremos mucho más que ingenieros brillantes: harán falta vigilantes éticos, auditores imparciales, gestores responsables y una ciudadanía informada y participativa. Solo así podremos asegurar que el futuro esté, efectivamente, en nuestras manos.

Por demujeres.net

Soy una periodista apasionada por la vida y todo lo bello que hay en ella. Siempre me ha gustado escribir sobre diversos temas y este es un excelente momento para explotar mi talento.

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